Artículo.Hoy en día, a pesar de convivir frente a frente con una de las peores crisis económicas que ha experimentado nuestro país mantenemos intacto nuestro deseo, -nuestra necesidad, de diferenciarnos del vecino.
Ya sea por el peinado, por la ropa, o por el estilo, en definitiva, inclusive el del espacio que habitamos. Intacto está nuestro deseo y cuando ni el bolsillo ni las circunstancias facilitan el acceso a la casa de nuestros sueños, aquella que responde a todas nuestras espectativas, es cuando llega el momento de manipular y transformar nuestro espacio actual, con sus carencias y sus defectos pero nuestro, al fin y al cabo.
Es entonces cuando llevamos la imaginación al poder, compramos una pintura diferente, transformamos unas cortinas o simplemente cambiamos los muebles de sitio con la esperanza de vivir algo novedoso en nuestra rutina. No se trata de gastar. Solo con esto ya vale.
Pero si buscamos algo más: solventar una necesidad de espacio, de armarios, de luz o de personalidad… qué sé yo, es cuando es muy interesante echar mano del INTERIORISMO.
Un buen proyecto sacará el máximo partido a lo que tenemos con el mínimo coste y los mejores resultados. Si además nos controlan la obra convenientemente los plazos pueden también ajustarse, consiguiendo finalmente vivir “nuestra reforma” como una experiencia grata y positiva, con una actitud activa e ilusionante. Os aseguro que estos matices son determinantes para el éxito de cualquier reforma.
Hay que olvidarse del tópico de la “reforma calvario”, de los “poyaques” y del “esto se me va de las manos”. Trabajar mano a mano con un profesional del interiorismo es la mejor forma de sentir el control sobre su obra.
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